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miércoles, 19 de octubre de 2011

Jurasi.


La princesa enterró a numerosos maridos que se hacían viejos a su lado, mientras ella mantenía una envidiable juventud.
Como era de buen corazón, cuidó a un niño sin hogar y lo educó con el mayor esmero. Creció fuerte y gallardo y, ya mozo, se enamoró de él y se desposaron.
Como notara el joven que su consorte no aumentaba en años, y en cambio él ya le estaba superando la edad, se puso receloso y trató de averiguar la causa de tan prolongada lozanía. Descubrió sus furtivas escapadas a la fuente y dedujo que, dado el secreto con que procedía, debía existir en ella algún poder.
A su vez, usó de esas aguas y consiguió disfrutar los dones de la edad juvenil sin menoscabo físico ni incertidumbre del mañana.
No se escapó a la princesa la influencia del hechizo vital en su compañero, y sus sospechas la condujeron a espiarlo hasta que lo encontró sumergido en las tibias aguas.
Ciega de indignación se puso a gritar: ¡Jurasi! ¡Jurasi!, que quiere decir: ¡Hirviente! ¡Hirviente!, logrando que se caldearan hasta producir vapor, característica que todavía subsiste y que ocasionó al infeliz marido la muerte más dolorosa.
Ya la princesa no pudo bañarse más y se marchitó casi de golpe su inexplicable juventud.

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